La sociedad en aislamiento: efectos en la salud mental

Una psicóloga clínica y docente de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM) analizó las implicancias del distanciamiento en la vida social y relacional.

Por Prof. Lic. Ana María Ghirardelli*

La pandemia que se ha desatado golpea y conmueve la vida social y relacional en toda su extensión ya que el aislamiento social, preventivo y obligatorio tiene un efecto colateral de alto impacto en la salud emocional de las personas, generando malestar, sufrimiento y diversidad de síntomas. Estamos viviendo una crisis de extrema magnitud que, si bien es transitoria, produce un enorme sufrimiento y padecimiento que se evidencia a través de manifestaciones como miedo, temor, fobias, pesadillas, insomnio o agresión a sí mismo, que terminan, muchas veces, desencadenando enfermedades como hipertensión arterial, infartos y otras perturbaciones cuando esos síntomas son muy intensos y difíciles de controlar.

Entre los fenómenos emergentes, que irrumpen profundamente en la vida anímica de las personas, producto de la contagiosidad y letalidad de tan pernicioso virus, se registra la activación del sentimiento de finitud que, si bien es propio e inherente a los seres humanos, puede resultar agobiante para muchos en esta situación tan difícil e incierta.

El aumento de la pobreza, la pérdida del trabajo o el temor a perderlo, sumado al escenario descripto precedentemente, constituyen un andamiaje propicio para la emergencia de una multiplicidad de síntomas. Algunos tienen características difusas, como la angustia o los trastornos de ansiedad. Esas y otras perturbaciones son producto de lidiar con la incertidumbre, el temor a lo desconocido y la imposibilidad de control sobre este fenómeno que azota al mundo. Detrás de tales manifestaciones, se halla solapado o escondido el miedo a la propia muerte o la de los seres queridos. Por su parte, la depresión se dispara con sus expresiones clásicas de tristeza, abulia, apatía, desinterés y encierro en sí mismo. Algunos investigadores refieren que el 50 por ciento de la población padece de ansiedad, observando, también, un alto porcentaje de depresión, entre algunos de los trastornos emocionales de mayor visibilidad.

El ser humano es un ser social; desde que nacemos, necesitamos del contacto con el otro. Nuestro organismo, en los primeros meses de vida, produce la maduración de la organización diacrítica de la que dependen todos los órganos de los sentidos, siendo el tacto y la visión fundamentales en la construcción de sí mismo y del mundo.

¿Qué mundo vemos hoy? ¿Qué mundo tocamos, sentimos, percibimos? El tacto, ligado al órgano más extenso de nuestro cuerpo como es la piel, permite el contacto con el otro; sentir al otro y, a su vez, diferenciarnos del otro. La mirada, los abrazos, las caricias, los besos, construyen nuestra subjetividad, fortalecen nuestra identidad y alimentan la autoestima de las personas; nos libidinizan y nos dan la civencia de existir, de vivir, de ser y seguir siendo quien soy yo.

Hoy, nos encontramos encerrados, aislados, mantenemos la distancia social, no hay caricias, besos, abrazos. Frente al peligro de este virus, se desencadena el miedo al contacto con el otro, para no contagiar o contagiarse. Un miedo que circula en las calles, en las casas, en la mente de las personas, provocando modificaciones en las conductas, actitudes y comportamientos, que, en muchos casos, como hemos señalado, despierta la enfermedad.

El aislamiento nos lleva hacia adentro, nos encierra, nos aparta de relaciones y vínculos esenciales para cada ser humano, pues sin el otro es difícil vivir. Es entonces cuando se originan todo tipo de sentimientos y emociones, además de angustia y ansiedad, como nostalgia, tristeza, ira, bronca, agresión a sí mismo o a otros. Esas y tantas otras manifestaciones se expresan, también, a través del cuerpo carente del contacto con el otro, que, por su esencia y naturaleza, necesita tocar y ser tocado, abrazar y ser abrazado, brindando sensaciones de bienestar y seguridad. Pero cuando esto no sucede, producto de una situación forzada, no esperada, aparecen síntomas o diversos trastornos, afectando, en gran medida, a personas que viven en una soledad no buscada ni deseada.

No obstante, hay quienes tienen la capacidad y plasticidad necesarias para adaptarse y enfrentar eventos o acontecimientos desagradables y dolorosos, debido a que cuentan con recursos y un funcionamiento psíquico fortalecido que les permiten metabolizar y elaborar esas situaciones sin alterar demasiado la integridad psíquica y física. Es necesario señalar que tales condiciones forman parte de la naturaleza humana y de la historia de cada sujeto en particular, que posee la facultad y habilidad para desarrollar defensas efectivas ante una realidad que resulta una amenaza a su vida.

El miedo a enfermar puede llevar al egoísmo, al individualismo, pero también al altruismo y a la solidaridad. No podemos dejar de mencionar a aquellos que, a pesar de sentir miedo todos los días y todas las horas de sus días, siguen cumpliendo su tarea de cuidar, curar y salvar vidas por encima de todo. Vemos que en el afuera se derrumba el mundo. Enfermedad, muerte, soledad, caos. ¿Qué sucederá cuando salgamos nuevamente? ¿Qué mundo vamos a encontrar? ¿Cuál será la nueva realidad? Ciertamente, se producirán transformaciones, no sólo en la realidad externa sino en nuestra realidad interna, llevando a una búsqueda de equilibrio y adaptación al mundo que nos enfrentaremos y en el que tendremos que vivir.

Hoy, miles de personas padecen enfermedades silenciosas físicas y emocionales; preocupación, tristeza, insomnio, hartazgo, desesperación y otras tantas afecciones que dañan el cuerpo como resultado del encierro y la falta de certezas y previsibilidad. No hay visión de futuro, hay dificultad para hacer proyectos, la incertidumbre inunda el pensamiento de los individuos con un matiz de miedo, temor a lo que vendrá y sólo con la certeza de que nada será igual. La sociedad está exhausta, aparece la fatiga mental, el estrés y el sistema inmunológico se debilita.

La magnitud del fenómeno que el mundo está atravesando condujo al uso continuo de las diferentes tecnologías, ya sea para conectarse con los otros por motivos laborales o por la necesidad de comunicarse con familiares, amigos, verse o hablar a través de las pantallas. Estos medios de comunicación son herramientas que sirven como paliativo para mitigar o atenuar las carencias del contacto cuerpo a cuerpo y alimentarse de los afectos a través de la mirada y la palabra para, así, seguir manteniendo viva la esperanza de encuentros y abrazos reales, no virtuales, necesarios para el establecimiento, mantenimiento y fortalecimiento de los vínculos.

Estas modalidades virtuales, utilizadas por todos los sectores sociales y las diferentes edades, servirán como sustitutos de la presencia del otro, generando sentimientos de bienestar, disminuyendo la soledad y evitando, en lo posible, daños psicológicos o físicos. No obstante, es importante señalar que lo virtual no tiene la capacidad de remplazar lo vivencial, lo experiencial, lo relacional, que siguen siendo el modo supremo de lo vincular, tan añorado, hoy, por todos los seres humanos.

Más allá de ser necesario y preventivo para evitar el contagio del COVID-19, el aislamiento social es un fenómeno que impacta en el psiquismo, desestabilizando o alterando el equilibrio de su funcionamiento por el enorme potencial que posee, dependiendo, desde luego, de la estructura de personalidad de cada individuo. La salida de esta situación, y su elaboración, dependerá del modo en que se procese en el interior del sujeto, conforme a los recursos y mecanismos inconscientes y conscientes que dispone para hacerle frente, ya que este evento constituye una intimidación a la integridad de su persona.

Este hecho o acontecimiento fáctico ha sido un impacto abrupto y doloroso para la Humanidad, provocando vivencias y experiencias diversas, cuya dimensión y consecuencias podrán ser evaluadas cuando todo se haya calmado. Mientras tanto, es imprescindible poner en palabras la experiencia vivida, ya que ésta es pensable y comunicable a través del relato del sujeto y lo que provoca en él. La vivencia es subjetiva y está implícita en lo que cada persona cuenta o dice. Por ello es tan importante la comunicación con los otros, así sea mediante las diferentes tecnologías que el mundo moderno nos ofrece.

Este tiempo de pandemia traerá muchos cambios en la forma de relacionarnos, de vincularnos con el otro, pero dejará huellas imborrables del dolor, sufrimiento y padecimiento vivenciados por ausencias, carencias y pérdidas enormes. Todo lo atravesado afecta y afectará, tanto a niños, adolescentes, adultos mayores -especialmente- y a personas con capacidades diferentes, provocando metamorfosis en el funcionamiento psíquico y, en otros casos, pudiendo llevar a la desestructuración psíquica y, por lo tanto, a la emergencia de diversas patologías.

Frente a situaciones severas que impliquen pérdidas, aflora la tristeza o la depresión, y hoy el el distanciamiento obligatorio ha traído muchas pérdidas, quebranto y dolor frente a ellas. El tema principal es cómo se transitan esos acontecimientos y qué recursos mentales posee la persona para atravesarlos. Las consecuencias psicológicas pueden ser variadas. Una de ellas es caer en la melancolía, un tipo de depresión grave, sentimiento profundo de pesimismo y desinterés por la vida; es quedar fijado al objeto perdido, es no poder avanzar ni salir de ese lugar, y su agravamiento puede conducir a la muerte. Otros pueden seguir vivos, pero sin vida, encerrados, atrapados en su mundo interno y en su pasado, con nostalgia, sin proyectos, sin poder hacer, sin tener deseos. Esto es, también, la enfermedad; es lo patológico que clausura puertas al futuro.

El miedo es normal ante ciertos sucesos imprevistos; no así el pánico, que paraliza. Al miedo hay que enfrentarlo y vencerlo porque no es bueno para planificar a futuro, y para ello hay que recuperar la confianza, hay que hacer, tener proyectos, indagar y descubrir nuestros deseos, realizar cosas que hagan bien, cumplir sueños o cuentas pendientes para llegar a la meta deseada. Para ello, hay que ser y hacer el ser.

Esto tiene que ver con la resiliencia. Es decir, la capacidad de afrontar la adversidad, poseer un mayor equilibrio emocional para superar, con fortalezas y habilidades, la situación que se está atravesando y, de esa manera, salir fortalecido frente a los desafíos o desgracias que hubo que enfrentar, más allá del dolor sentido y vivido. Para poder mirar al futuro, hay que “mirar con todo el ser” y no quedarse en el sufrimiento, en el padecimiento y en el dolor, porque éstos están ligados a la pulsión de muerte y es imprescindible volver a conectarse con la pulsión de vida para poder prosperar, engrandecer el concepto de sí mismo y generar perspectivas a futuro.

La mirada nos construye a través de los otros y construye subjetividades. Vivimos mirando y siendo mirados, pero hoy sólo miramos a través de las pantallas. Sin embargo, en este tiempo la hiperconectividad es útil para el encuentro con el otro, con el otro humano. La mirada tiene elementos inconscientes importantísimos, ricos en mensajes que sirven para acompañar, sostener y ayudar a recorrer este tiempo de distanciamiento social; miradas amorosas que acaricien para poder mantener y recuperar la esperanza de volver a encontrarse y mirarse frente a frente, cuerpo a cuerpo, y seguir buscando y encontrando el sentido y significado de la vida. Esa búsqueda se lleva a cabo dentro del interior del sujeto y en el reencuentro con el otro u otros ya que, en ese encontrarse, la persona se aparta de la soledad y recupera la humanidad.

Para salir de las situaciones que estamos atravesando y emerger del medio donde las personas estaban sumergidas, es necesario superar la angustia, la que muchas veces se intensifica porque se actualizan otras pérdidas, mitigar la ansiedad, tener confianza, esperanza, proyectos, tener deseos para realizar y concretar, cuidarnos y cuidar a los otros.

Por último, para tramitar saludablemente estos sucesos cruciales es preciso buscar y crear momentos que permitan sonreír, que generen alegría, ya que ésta es una emoción producto de un estado de ánimo positivo que expresa satisfacción y placer, tan necesario en estos días, y, además, aumenta la producción de endorfinas, muy benignas para la salud. Finalmente, no puede estar ausente la palabra, el elemento humano por excelencia. Hablar, no callar, poner en palabras todo lo que sentimos y pensamos, el diálogo y la comunicación alivian y sanan frente a estos eventos que desestabilizan. Aprender de lo vivido y experimentado en este tránsito tan difícil, nos conducirá a valorar más la vida y a encontrar el verdadero sentido de ella.

*Psicóloga Clínica y docente del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNLaM.