Messi se equivocó

Pese a que por fin levantó la Copa, hay que decírselo. El capitán dijo que este grupo no iba a dejar tirada a la gente. Y no pudo cumplir: todos estuvimos tirados durante todo el recorrido.

Por Gastón Domínguez*

Messi se equivocó. Sí, ahora que somos campeones del mundo, hay que animarse a decírselo. “Este grupo no los va a dejar tirados”, dijo después de perder con Arabia. Mentiste, Lionel. Nos engañaste a todos aquellos que te amamos con locura, que soñamos con vos y por vos con esa imagen que por fin se materializó (dicho sea de paso, qué provocativo, poco protocolar pero encantador beso le diste a la Copa antes de que te la entreguen).

Messi se equivocó. Este grupo nos dejó tirados en cada uno de los siete partidos. Nos dejó tirados de la bronca. Esa derrota inesperada nos pegó duro. Quizás más a nosotros que a ellos. Nos enojamos porque nos clavaron dos goles en dos tiros al arco. Insultamos a todo aquello que comenzara con Al y quisimos vomitar todas las sfijas y shawarmas que comimos en la vida.

Nos dejó tirados por alivio. ¿Quién no quedó exhausto, recostado en su sillón, una vez que Lionel abrió el partido frente a México? ¿Acaso no llegó recién ahí la tranquilidad, cuando la sensación era que podíamos quedarnos afuera el Mundial en la primera fase, como en ese fatídico 2002, justo en el otro mundial disputado en Asia? Ellos se sacaron la mochila. Y nosotros también. Y respiramos.

Messi se equivocó. Este grupo nos dejó tirados por dolores agudos. Polonia y Australia eran equipos duros, muy físicos. Y supieron golpearnos. No tan fuerte como para noquearnos. Y se sabe: todo lo que no te mata, te hace más fuerte. Eso significaron el penal que Szczesny le atajó a Messi (y no le permitió igualar a Jairzinho como campeón con gol en todos los partidos) y esa atajada de Dibu sobre el final del partido contra los canguros, en una especie de anticipo de lo que hizo ayer contra Kolo Muani. El grupo había aprendido a resistir los golpes, más allá del dolor pasajero. Nosotros, los simples hinchas, seguíamos sintiendo puntadas en el pecho ante cada pequeño traspié.

Nos dejó tirados y agonizando. Países Bajos fue el summum del sufrimiento. No bastó la solvencia demostrada durante más de 80 minutos. Nos empataron en la última jugada del partido y hubo que ir al alargue. “Primero hay que saber sufrir”, reza el tango Naranjo en flor. Justo Naranjo en flor, contra los neerlandeses, que ni la tocaron en el complementario. Pero el árbol pareció puesto frente al arco rival, porque la pelota no entró. Dibu tuvo entonces su momento, mientras nosotros estábamos buscando por Internet cuánto salían los marcapasos y desfibriladores.

Messi se equivocó. Este grupo nos dejó tirados de placer. Embriagados de fútbol quedamos luego del choque contra la dura Croacia. Apoteótica actuación de Lionel y de Julián para un 3-0 que liberó dopamina por doquier. Justo antes de la final. Quedaba un pasito. Y los marcapasos y desfibriladores bajaron su precio, pues cayó la demanda.

Nos dejó tirados de la emoción. ¡Lo que fue esta final con Francia! ¡Por favor! Un primer tiempo perfecto. Y ni eso alcanzó. Mbappé nos empató. Los marcapasos marcaban récords. Los desfibriladores no daban abasto. Dos minutos y volver a empezar (¿a quién se le ocurre citar a Lerner ahora?). El gol del suplementario hacía justicia. Pero eso tampoco fue suficiente. Y otra vez nos igualó Donatello. Y otra vez a los penales.

Si la justicia divina existía en el fútbol, Argentina debía ser campeón. Y lo fue. Para que todos quedemos tirados, una vez más. Ahora, revolcándonos de alegría en el piso. Porque llegó la tercera. Porque somos campeones del mundo. ¡La pucha! ¡Qué lindo suena!

“Sabía que Dios me la iba a regalar”, dijo Messi con la ansiada Copa en la mano. Te equivocaste de nuevo, Lionel. Nadie te regaló nada. Te la ganaste. Como a nuestro corazón. Para siempre.

*Coordinador de la Tecnicatura en Periodismo Deportivo Integral de la UNLaM