El adiós a un histórico: el Tokio de San Justo sirvió el último café

El emblemático bar ubicado en el casco histórico de La Matanza cerró sus puertas después de varias décadas. La nostalgia de un mozo que trabajó casi 30 años en el lugar.

El 17 de marzo de 2023 no será un día cualquiera para la comunidad matancera. Después de varias décadas en el corazón de San Justo, el bar Tokio cerró sus puertas para siempre.

Ubicado en la tradicional esquina de Arieta e Hipólito Yrigoyen, frente a la Plaza San Martín y a metros de la Catedral, este histórico bar fue el punto de encuentro de vecinos que lo frecuentaron durante años para tomar el “mejor cafecito” de la zona.

El Tokio también supo ser el espacio de tertulia de importantes dirigentes políticos locales que en sus mesas se sentaron a debatir los avatares de La Matanza. Además, lo frecuentaron personajes del mundo del espectáculo y del deporte.  

La no renovación del contrato de alquiler, sorpresiva decisión tomada por los propietarios, puso en jaque a los dueños del comercio gastronómico que de un día para otro tuvieron que ponerse a empacar tazas, platos y todo el mobiliario del lugar.

Un mozo, muchas historias

Guido Medina, de 47 años, era el mozo en actividad más antiguo del lugar. Comenzó con la bandeja hace 27 años, cuando apenas tenía 20 y solo arrastraba unos pocos meses de experiencia en un bar palermitano. “Empecé desde muy joven, cuando llegué no podía creer lo que trabajaba este bar. Hoy tengo cerca de 50 años y acá viví muchos momentos lindos, agradables”, le cuenta a El1 Digital.

Mientras guarda con extremos cuidados las tazas en una fría caja de cartón, Guido no puede evitar la nostalgia del camino recorrido, o de esos “fecas” que ya no servirá. “Hemos pasado por un montón de etapas, buenas y malas, y siempre las fuimos superando; incluso la pandemia. Sobrevivimos a todo eso, pero llegó la triste noticia: los propietarios no renovaron el contrato de alquiler y hoy estamos cerrando”, lamenta.

Las anécdotas de Guido son miles. “Que paradoja, es para sentarse en una mesa de café y empezar a hablar, podríamos estar muchas horas”, reniega entre las sillas ya apiladas. Sin embargo, se permite recordar que al “último famoso” que atendió fue al “Flaco” Gareca, hoy flamante director técnico de Vélez Sarsfield. “¡Pero no fue el único!, fueron muchísimos los que pasaron por acá en estos años”, comenta y aclara: “Siempre volvían”.

Actores, actrices, deportistas y escritores se sentaron en el Tokio. También, los políticos del ámbito local. “Pero viste cómo es la famosa regla: ¡el mozo sirve el café, pero no habla ni escucha! Es parte de nuestra tarea”, cuenta con una sonrisa cómplice.

El mejor aroma

El Tokio era uno de esos lugares que al entrar tenían su marca registrada: el olor a café. “El buen tomador de café de San Justo va a extrañar mucho al Tokio. No solo por el lugar, sino porque era uno de los bastiones de lo que es la cafetería”, se enorgullece Guido. 

Y sin ponerse colorado asegura que el del Tokio “era el mejor café por lejos”: “No lo digo por haber trabajado acá, sino porque lo sé: era el mejor de La Matanza y uno de los más ricos de Buenos Aires. Teníamos clientes que venían exclusivamente por la calidad de nuestro café”.

Las fórmulas mágicas nunca se cuentan, pero Guido tiene sus fundamentos para sustentar su opinión sobre ese producto que ofrecián al cliente: “El que sacaba el café tenía claro que si no tenía cuerpo no podía llegar a la mesa. No te puedo contar los detalles, pero, sobre todo, era eso, un café con cuerpo y mucho aroma. Y eso lo hacía destacable”.   

Guido cuenta por qué el café del Tokio era "tan rico".

Tiempos de despedida

Fueron tantos los años en actividad, que el Tokio supo ser el generador de muchas amistades. Relaciones entre esos vecinos que elegían el bar de la esquina para el encuentro diario, pero también entre los trabajadores del lugar. “Acá se prometieron matrimonios, alguno renunció a su trabajo y los Boca-River eran una locura", recuerda Guido.

“El bar me dejó muchos amigos, gente muy buena… y eso me lo llevo para siempre. Me genera mucha tristeza el cierre, quiero agradecerle a mi jefe, fue un honor y un placer laburar con él. También a mi familia y a esos clientes y amigos que siempre estuvieron”, reflexiona y les manda un abrazo fraternal a esos que “siempre dejaban propina ”.

En los últimos días, clientes y vecinos que eran habitués del bar se acercaron a despedirse: “Me impactó la reacción de la gente, el venir a darte un abrazo o pedirte una foto. Eso es algo que me lo llevo para siempre”.

El Tokio acogió a muchas generaciones, clientes que empezaron a ir cuando eran adolescentes y que ahora "compartían un café con sus hijos". Muchas personas que se enteraron del cierre entraron al bar por última para sentir el aroma a ese "cafecito" por última vez y para despedirse, una forma de devolver el cariño que durante tantos años se gestó entre esas paredes. “Es muy fuerte. Todas esas cosas me hacen entender la dimensión de lo que era el bar y pensar que estuve en un lindo lugar, en un ícono de la zona", destaca.

Para Guido, ahora será cerrar los ojos y empezar de nuevo. Pero siempre convivirán en su mente los recuerdos, del primer hasta el último café que supo servir. “Había un cliente muy exigente con el café con leche, que venía todas las mañanas. Ese fue el último que serví. Nos dimos un gran abrazo y nos despedimos", dice mientras en el lugar ya no queda casi nadie. Se apagó el murmullo, pero siempre quedará el olorcito a café.