Manuel Mujica Lainez, la mirada criolla y universal

Según la escritora María Rosa Lojo, “Manucho” tuvo la virtud de desentrañar la más pura argentinidad y mirar el mundo. Trajo esos dos universos y los plasmó en obras clave como “Misteriosa Buenos Aires” y “Bomarzo”. A cuarenta años de su muerte, sucedida el 21 de abril de 1994, repasamos su vida y sus libros.

A Manucho Mujica Lainez (Buenos Aires 11-9-1910- La Cumbre, Córdoba 21-4-1994) le gustaban las cosas, los objetos y era un acumulador compulsivo, si cabe la exageración, de obras de arte de todo el mundo. Fue un viajero atento que visitaba lugares exóticos, no ya para conocerlos sino para confirmar lo que sabía de antemano. Sus infinitas lecturas lo ayudaron a saber del mundo antes de salir de casa. Desde muy joven ejerció “el arte de viajar”, como lo definió la escritora María Rosa Lojo, en una conferencia reciente organizada por el Jockey Club. El autor contaba que “gracias a que el peso argentino era fuerte en ese momento” pudo comprar y trasladar piezas de un valor asombroso. Su trabajo de periodista de "La Nación" contribuyó a que recorriera lugares lejanos.

“Creo en los objetos, más que en los seres humanos”, decía en una entrevista en la televisión española. Quizá una “boutade”, algo para impresionar.  Esas obras de arte, y distintas piezas de culturas del mundo están conservadas en su Casa Museo de Cruz Chica, La Cumbre, en Córdoba, donde vivió los últimos años de su vida rodeado de una biblioteca de miles de libros, y la máquina de escribir de siempre.

“Esa quinta de siete casas costó siete millones de pesos y se llama el Paraíso, como el título de uno de mis libros que fue escrito antes. Además, la calle se llama Alvear como el apellido de mi esposa”, recordaba Manucho en ese reportaje televisivo.

Biblioteca de El Paraíso

El escritor venía de una familia rica, cuyos antepasados se remontaban a la fundación de la patria y antes, también. Igual que la prosapia de su mujer Ana de Alvear Ortiz Basualdo (1914-1994); entre los parientes hubo un militar, un intendente de la ciudad de Buenos Aires y otro, presidente de la nación. De ese matrimonio nacieron tres hijos: Diego, Ana y Manuel.

Diego, nieto de “Manucho”, recordó su infancia en “El Paraíso” en la reunión que se hizo para homenajear a su abuelo.

“Pasaba muchas vacaciones de invierno y de verano en la casa. Recuerdo que andaba a caballo y a mi abuelo que siempre está leyendo”, cuenta.

Ahora la familia con la ayuda de amigos y entidades maneja la Casa Museo que conserva los libros, los objetos y todo tipo de documentos. La casa fue puesta en valor, después de pasar por momento complicados con abandono, saqueos y robos.

 “Ahora tenemos el placer de mantenerla y está impecable”, dice Diego, y detalla que abrieron un bar y hay dos casas que están en alquiler para que las personas “puedan vivir” como en los tiempos que fue el hogar del escritor.

Las casas, por cierto, también fueron motivo de curiosidad de Manucho y escribió “Aquí vivieron” y “La casa”. A la hora de hablar de su libro más popular María Rosa Lojo destaca “Misteriosa Buenos Aires”, una serie de cuentos ambientados desde los tiempos del virreinato hasta el centenario de la Revolución de Mayo. En esas páginas demuestra su maestría como escritor, su don natural, pero además, una minuciosa recreación histórica, fruto de lecturas profundas, y un manejo del idioma conforme a la época. “El hambre” y “El hombrecito del azulejo” son los cuentos más leídos en las escuelas y los más conocidos en general. Nunca faltan en las recopilaciones.

Apropósito de la vigencia de Manucho en la actualidad, Lojo sostiene que “sigue vivo para los lectores, y sus libros se reeditan y son motivo de estudio en el mundo”. Para la analista, Manucho fue mirado de costado por un prejuicio de clase, pero su talento les ganó a los obstáculos. Fue un dandy, un hombre mundano, y de una inteligencia superior, al estilo, según Lojo, de Lucio V. Mansilla, el autor de “Una excursión a los indios ranqueles”. También viajero, animados de reuniones sociales y curioso observador del siglo XIX.

“Mujica Lainez es nuestro Oscar Wilde”, lo comparó Lojo y agregó que fue “un poeta de la prosa, criollo y universal, mítico, sobrenatural, irónico y con un manejo diferente de temas como la sexualidad”. Todos estos calificativos el caben a la perfección.  “Fue un cronista de su clase pero que no se quedó en el cliché, tomó distancia, y nos mostró la locura de ser argentinos”.

Mujica Lainez (de sobretodo y con paraguas), atrás Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges (Foto: La Nación)

Su escritura era barroca, cargada, tan entendible como la llana y directa de Borges. Era excéntrico y también con sentido del humor, al tiempo que hizo una publicidad para televisión.

Manucho fue contemporáneo y cercano al autor de “El Aleph”. Ambos pertenecieron a familias de apellidos patricios con más o menos dinero y cada uno fundó su Buenos Aires querido. Lainez lo hizo sobre la ciudad de palacios y ornamentaciones, Borges en los caserones de las orillas. A ambos les pesaba que el país que habían conocido ya no era tal. Será por eso que Jorge Luis le escribió a Manucho:  "Manuel Mujica Lainez, tuvimos una patria, recuerdas, y los dos la perdimos".