"A veces uno pregunta ‘¿por qué yo?’ y no los demás", el recuerdo de un tripulante matancero del Crucero ARA General Belgrano

Salvador Famá fue uno de los 1.093 tripulantes a bordo que vivió el ataque del 2 de mayo de 1982, en plena guerra de Malvinas. 43 años después, relató su experiencia y el impacto del conflicto bélico en su vida.

El matancero Salvador Famá fue uno de los 1.093 tripulantes a bordo del Crucero ARA General Belgrano. Luego de cumplir con el servicio militar obligatorio en la Base Naval Puerto Belgrano, fue destinado al buque que llamó su hogar por 14 meses.

“A mí me tocó ser lavaplatos. No fui artillero, no tengo la menor idea de qué es una bala, pero sí he cargado algunas en el cañón del buque”, recordó Famá, en diálogo con El1. A bordo del ARA General Belgrano los tripulantes fueron informados sobre la guerra en las Islas Malvinas.

Famá es hijo de inmigrantes italianos que huyeron de la Segunda Guerra Mundial y la hambruna. “Lamentaban mucho haber venido a Argentina y que su hijo tenga que participar de una guerra. Se sentían culpables de haber migrado hacia acá”, compartió. No obstante, al momento de recibir el telegrama, el tripulante matancero decidió continuar a bordo.

“El cabo que me entrega la carta me preguntó “¿usted se quiere bajar?”. Pero, quizás por ignorancia o por no querer creerlo, nunca pensamos que iba a suceder lo que sucedió. En una reunión que tuvimos en el hangar, nos hicieron esta pregunta, asegurando que las puertas estaban abiertas para salir del lugar sin ningún tipo de reproche. Una vez que estabas en viaje, no podías volver, pero nunca pensábamos llegar a este término”, señaló.

El ataque al ARA General Belgrano

El 16 de abril de 1982, el ARA General Belgrano zarpó desde la Base Naval Puerto Belgrano hacia el este de la zona de conflicto. Recién en la madrugada del 1 de mayo sus tripulantes recibieron información acerca de los primeros ataques británicos a Puerto Argentino.

“Estábamos esperando un ataque aéreo. Yo particularmente no creía que iba a suceder el ataque, pero ocurrió: fue un submarino”, aseguró. Aquel 2 de mayo, Famá se encontraba durmiendo: había terminado con las limpiezas en la cocina y comenzó su hora de descanso.

“Me despierta el impacto y casi caigo de mi cama marinera, pero quedé trabado entre las otras porque eran muy angostas. Me siento como puedo y nos dicen que nos vayamos. Así es como salimos de la tercera cubierta a oscuras, algo que ya habíamos hecho anteriormente. Desde donde estábamos, había que salir hacia los botes salvavidas”, relató.

Escape de la embarcación

Debido al oleaje, abandonar el barco no fue una tarea fácil: el agua no permitía que las balsas permanezcan en un punto fijo. Al emprender la salida, los tripulantes del barco lanzaron las balsas comprimidas dentro de un tambor. “Me cuesta un poco contarlo, porque parece muy fácil. Pero, cuando tenía que salir, la balsa se levantó por las olas y yo bajé como si fuera el cordón de una vereda”, expresó.

Acto seguido, comenzaron a subir a la balsa otros tripulantes. “Habíamos tenido instrucción y practicado, pero no siempre es igual al hecho en sí. Luchamos contra el oleaje que nos empujaba hacia el barco, que estaba inclinado, cada vez más hacia nuestro lado. Cuando se inclinaba, aumentaba la desesperación porque uno ve como se le cae una mole encima”, rememoró.

El oleaje trasladó a los tripulantes de un extremo del ARA General Belgrano hasta el opuesto, donde se encontraban más balsas y se desató una tragedia. “Nosotros pudimos salir ilesos, pero el agua nos llevó hasta un punto donde estaba el ancla, que se descuelga y cae sobre una balsa llena de hombre, de la cual algunos sobreviven”, explicó.

Acto seguido, explotaron las calderas del barco y predominaron los estruendos. “La verdad que el buque fue muy amable porque no despidió un solo elemento hacia arriba que nos pudiera lastimar. Por más que haya explotado, nos resguardó”, consideró Famá.

En este contexto, los oficiales y marinos sabían que dependían de todos para salir ilesos del ataque del submarino inglés. A pesar de la diferencia de rangos, la “ayuda segura” llegaba para la totalidad de los tripulantes: “Yo como marinero, y siendo el último eslabón de la jerarquía, nunca me sentí de otra manera que bien acogido”.

El rescate

El patrullero oceánico ARA Piedrabuena rescató a la tripulación que pudo escapar del ARA General Belgrano. A bordo de la balsa, en una noche oscura, distinguieron una luz que cruzó de golpe. En ese instante comenzaron a sonar los silbatos de manera insistente, ya que el intenso oleaje afectó las bengalas y era la única oportunidad de rescate.

“Primero pensé que el barco nos iba a llevar por delante porque venía muy rápido. Tenía miedo, pero no dije nada. Cada vez más cerca, se frena de golpe y vira hacia un costado, levantando nuestra balsa que, increíblemente, cae contra el costado del barco. Nos tiraron unas hamacas, nos sentamos en ellas y nos piden que con caminemos por la pared. Así es como nos recataron”, explicó.

Mojados y con frío que “calaba los huesos”, los tripulantes fueron acogidos por el ARA Piedrabuena. Los llevaron a la sala de máquinas, el lugar más caliente de la embarcación. “Nos desnudaron y nos cambiaron de ropa. Yo siempre recuerdo que se acercó un oficial hacia mí, e instintivamente traté de pararme. No obstante, me dijo que me siente, me agarró los pies y me los frotó, preguntándome dos o tres veces si me encontraba bien. Luego, nos dieron ropa, comida y agua”, destacó.

“Todos los días me pregunto por qué sobreviví”

Durante el ataque fallecieron 323 tripulantes y fueron rescatados 770, Famá siendo uno de ellos. No es una coincidencia que su cumpleaños sea el 2 de mayo. Años posteriores a la guerra, intentó asimilar su experiencia en la guerra, al igual que su destino y el de otros compañeros. “Me han golpeado la puerta y preguntado si conocía a tal o cual persona. Me preguntan por qué alguien no salió, si sabía nadar. En mi caso, no sé nadar, y regresé. No sé cómo explicarlo, a veces uno pregunta ‘¿por qué yo?’, y no los demás”, ponderó.

Y cerró: “Nos sacaron los libros de las manos y nos pusieron las armas para matar a quienes no conocemos. La guerra no es buena, ni en esa época ni en ésta. Siempre hubo conciencia, estudios y maneras de no hacer lo que se hizo, para que no muriera nadie. Tenemos la inteligencia suficiente para no hacer la guerra”.