Como el Dibu, pero aurinegro

El Mirasol también tiene un Martínez en el arco que se lleva todos los aplausos. Ramiro, marplatense como el Uno de la Selección, mantuvo la valla invicta en la mitad de los partidos que se disputaron en el torneo.

A Ramiro Martínez lo unen más cosas que el apellido con Emiliano, el encumbrado arquero de la Selección nacional, ídolo de multitudes desde la coronación en la Copa América. Ambos son arqueros y marplatenses. También son una garantía bajo los tres palos y lograron marcar una época en su terruño futbolístico. Nada será igual después del Dibu en la Albiceleste, como así tampoco en Isidro Casanova, luego de las voladas espaciales del Mono.

El presente del arquero aurinegro apuntala el sueño matancero de llegar a Primera A y, el del Uno de Aston Villa, la consagración máxima en Qatar 2022. Con registros siempre sorprendentes, el guardián del arco de La Fragata se constituyó en un valor de lujo en las últimas temporadas. Fue el menos vencido en el torneo del ascenso de la B Metro – y uno de los menos vulnerados del país- y en esta campaña histórica de la Primera Nacional es un pilar inamovible.

“Uno no corre, pero trato de ayudar atajando las que llegan”, resume el ex Boca Juniors y Estudiantes de Buenos Aires. Y vaya si ayuda: lleva 14 vallas invictas, nada menos que la mitad de los partidos que disputó el Mirasol en el torneo. Una marca estadística que solo es superada por Ignacio Arce, de San Martín de Tucumán, con 16.

La gravitación de Martínez en el recorrido actual de Almirante fue tan significativa que no faltó a ningún encuentro. Es el único integrante del plantel que cuenta con asistencia perfecta. “Más allá de que se gana y metemos goles, siempre hay que tener una cuota de suerte, que peguen en el palo o una salvada. Obvio que todo no es suerte, si no está acompañado del juego, la garra y el sacrificio”, agrega.

En cada partido que disputó en el campeonato, el Mono dejó su huella. Fue decisivo con apariciones clave, muchas veces desmoralizantes para los delanteros rivales. La vuelta del público lo premió con una sonora ovación, como la que recibió su tocayo en el Monumental. Estos Martínez tienen más cosas en común de las imaginadas. Les falta tocar el cielo con las manos. Con las mismas que fueron construyendo este presente extraordinario.