Luis Machín: “La cultura siempre va a ser mi refugio”

El actor protagoniza el capítulo “El Escondite”, que integra la serie de ficción “Dos 20”. Se refirió al abordaje del unitario y cómo lo interpelaron las temáticas allí planteadas. El arte como lugar de protección, su vínculo con los títeres y los proyectos venideros.

Luis Machin Dos 20

Crédito Foto: Prensa Televisión Pública

Cuando los espectadores ingresan al canal de YouTube de la Televisión Pública se convierten en los invitados de una gran fiesta de casamiento. Sin embargo, la reunión no ocurre en el salón principal, sino en el depósito, entre las sillas y la vajilla. Allí, Luis Machín, a través de un entrañable personaje, es el encargado de revelar el motivo y, a su vez, de generar emociones e inquietudes que traspasan la pantalla.

Es que, en “El Escondite”, el unitario de la serie de ficción Dos 20, el actor interpreta a Antonio, un hombre que escapa de su propia boda y se oculta en los alrededores. Cuando llega su hijo Nicolás (Federico Marrale), que intenta convencerlo para que vuelva al festejo, un secreto sale a la luz y da lugar a una conmovedora conversación.

El casamiento resulta un festejo y, a su vez, una despedida, ¿cómo abordaste esta dualidad?

Yo creo que los festejos siempre tienen algo de despedida, son ciclos que se cumplen. Uno festeja un cumpleaños porque cumplió un año de vida en este mundo, así como uno festeja un casamiento porque es un punto de inflexión en una relación de un tiempo -extendido o corto- que da espacio a otra cosa. En ese sentido el capítulo condensa muy bien estas cuestiones. El abordaje siempre tiene que ver con un trabajo de comprensión en conjunto entre las distintas áreas. En lo actoral, la construcción la hicimos con Federico, y me reía porque recordaba que alguna vez me confundieron con Jorge Marrale, su padre, hasta llegué a firmar algún autógrafo con su nombre para no decepcionar a la persona que me lo pedía. Entonces, en este caso, Jorge me prestaba un rato a su hijo para que yo lo convirtiera en mío dentro de la ficción.

Los episodios de Dos 20 fusionan el lenguaje audiovisual con el teatral…

Sí, hay una sola escenografía, como si fuera un escenario, donde al final del capítulo se revela el aspecto técnico, cuando vemos que allí están las cámaras y los micrófonos. La premisa de Dos 20 era que sus historias sobre distintos tipos de relaciones, acá padre-hijo, se pudieran contar con dos actores en alrededor de 20 minutos, por eso el título. Se retomó algo que se hizo en otras épocas, como fue el ciclo Atreverse, que tenía pocos actores en escenografías reducidas. Respecto a las jornadas del proyecto tuvimos una para la prueba de vestuario, dos para ensayos bien precisos entre lo técnico y lo artístico, y dos más para la grabación. Funcionó todo muy bien porque la Televisión Pública tiene un nivel de profesionales que es notable, rápidamente nos pusimos de acuerdo.

Las historias de la serie invitan a la reflexión del público. En tu caso, ¿cómo te interpeló este capítulo?

A medida que pasan los años, cuando uno mira un poco hacia atrás y ve el recorrido transitado, ineludiblemente va tomando mayor conciencia de la finitud. Esa idea se va haciendo cada vez más presente, más allá de que puede acontecernos en cualquier momento de nuestra vida. Y “El Escondite” lo pone en primer plano, además de abordar la relación padre-hijo. Esos espacios tocan en lugares propios, por lo que a uno le resultan atractivos, dolorosos, emotivos. En la construcción de la ficción uno siempre está rebotando con cuestiones personales. Yo tengo mis hijos, que tienen 14 y 10 años, y mi deseo es poder acompañarlos lo más que pueda, ayudarlos a armar un futuro codo a codo. Y justamente este capítulo de Dos 20 es motivo de reflexión hacia ese territorio, cómo nos vinculamos con nuestros hijos e hijas, cómo hacemos para tener llegada si es que tenemos el deseo de ser padres compañeros, generosos y, sobre todo, cariñosos.

Si vemos al depósito de ese salón de fiestas como un lugar de protección y trasponemos esa premisa a tu vida, ¿cuáles son tus refugios?

Sin dudas mi familia es el más importante, que lo fui construyendo en conjunto desde hace alrededor de 16 años. Y otro es mi actividad, un lugar donde puedo ampararme para decir y proponer cosas. Desde la actuación uno genera espacios de contención propia y de experimentación para pararse frente a determinados temas. A través de nuestro sector, la cultura, uno enuncia opinión sobre lo que considera más conveniente, o mejor, para la gente. La cultura es uno de los puntales más importantes para el crecimiento de una sociedad y, además, en mi caso, siempre va a ser un lugar de refugio, que me interpela, me despierta interrogantes, me contiene muchísimo y me genera responsabilidad. Siento que frente a las cosas que elijo hacer tengo responsabilidad, que es abarcarlas de la manera más concienzuda y emocionalmente comprometida. Intento que cada espacio en el que despliego lo que soy como actor sea un lugar que proponga reflexión, me parece que es la mejor manera de seguir creciendo.

Cambiando de proyecto, este verano rodaste Historia de un clan para Telemundo, ¿cómo fue encarar este remake?

Por un lado, fue interesante que esta historia se pudiera contar en otro país y para otra cultura. En este caso, la serie transcurre en Jalisco, México, aunque fue íntegramente grabada en Buenos Aires. Hubo que hacer un trabajo de adaptación muy importante, de hecho, los integrantes de la familia Puccio son actores mexicanos, y el elenco se completa con actores argentinos, como Rafael Ferro y yo, que interpretamos a quienes ejecutaron el horror junto al pater familias. Por otro lado, había un condimento que era el español neutro, un idioma distinto, de un no país, una especie de esperanto del lenguaje latinoamericano. Al principio era raro para mí, ya que propone una forma de actuación distinta, entonces era una especie de doble trabajo. Lo pude aprender muy rápido, con un par de clases y práctica en mi casa, hasta rodar, pero sí a priori me generaba un sentimiento de distancia, sobre todo cultural, porque era hablar de manera distinta al lenguaje autóctono, con el que me desarrollo en mi vida cotidiana y con el que resuelvo una escena ¡Fue toda una experiencia!

Asimismo, el público aguarda el estreno de Diciembre 2001 (Star+), el thriller político en el que interpretás a Domingo Cavallo…

Sí, es alguien que muchos tenemos muy presente. Fue el orquestador del Plan de Convertibilidad, un peso - un dólar, y volvió en el gobierno de Fernando de la Rúa para intentar que no cayera ese plan que fue tan doloroso para un porcentaje tan importante de gente. Cavallo es alguien que siempre me llamó mucho la atención, por sus comportamientos y su forma de hablar. Yo ya lo había interpretado en la serie Diálogos Fundamentales del Bicentenario, cuando él era presidente del Banco Central durante la dictadura militar, mientras que, en Diciembre 2001, ya era cuando se lo convocaba para tratar de salvar las cosas, tiempo antes de que el gobierno de De la Rúa cayera. Es una época que está muy bien revisarla porque todavía seguimos pagando las consecuencias de un plan económico que nos sumergió en una profunda crisis y que, curiosamente, todavía algunos reivindican y lo ponen como un territorio en el que sería posible una economía expansiva. Los que atravesamos toda esa época sabemos que eso no es así, entonces estamos encargados de transmitir que hay una profunda equivocación en intentar pensar eso.

Al alcance de sus manos

Durante muchos años, Luis alternó el teatro de actores con el de títeres. En este último caso, experimentó el desdoblamiento y, a su vez, la posibilidad de dar vida y hacer actuar a alguien más, como es un muñeco. Sobre los aprendizajes adquiridos a través de esta expresión artística, destacó: “Me ayudó a dividir mi cuerpo, a hacer que cada miembro tenga vida propia y a pensar qué les hago decir a los títeres. También hay una especie de ocultamiento de la personalidad, porque está escindida en una parte que, supuestamente, en ese momento no me corresponde, como es el brazo que ejecuta el movimiento del muñeco”.

Asimismo, la formación y el trabajo con títeres le sirvieron para buscar en sí mismo voces diferentes, no por tonalidades, sino por capacidad disociativa. “A la larga, esa ejercitación me permitió desdoblarme en varios y, así y todo, seguir manteniendo cierta coherencia de pensamiento. En el caso de los actores en general, no de los actores titiriteros, también están manipulando un poco a otro y haciendo una especie de movimiento psicótico. Se están convirtiendo en otra persona, pero siendo ellos mismos, y están generando una nueva realidad que parte de alguien que tal vez no piensa lo mismo. De hecho, la mayor cantidad de veces uno no está de acuerdo con lo que piensa su personaje, o no reaccionaría de esa manera. El mundo del títere me abrió la cabeza para todo este territorio”.

Un grito ahogado en escena

El 15 de julio Machín regresará al escenario del Teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1.857, Capital Federal) con la obra dramática El mar de Noche, con autoría de Santiago Loza y dirección de Guillermo Cacace. En la íntima puesta escénica, el actor interpreta a un hombre angustiado y solitario que atraviesa, con agonía, el abandono de su amada. Cabe recordar que, por su labor en dicho espectáculo, Luis resultó ganador del prestigioso Premio ACE.

Sobre el valor de El Mar de Noche en su vida a lo largo del tiempo, reflexionó: “Las obras en general se resignifican en quien las ve, y además van cobrando vida propia. Cuando fue la pandemia más 'estricta' no la pude hacer, por lo que la retomé cuando volvieron las posibilidades de apertura de los teatros con protocolos. La obra está muy viva, y la paso en mi cabeza todos los días, porque es un texto muy complejo, que demanda una concentración particular, y como todo unipersonal cualquier error es responsabilidad propia. Se trata de una experiencia que me modificó mucho, me hizo pensar aspectos de la actuación y depurar cuestiones técnicas, así que la tengo muy presente”.