Santiago Mitre: “En 'Argentina, 1985' buscamos estar muy cerca de una zona sensible y humana”

El cineasta dirige el filme que conmueve al público en el Teatro Universidad. Describió el proceso de investigación y realización. La selección de los testimonios del juicio y la reconstrucción de la época.

Si bien un acontecimiento histórico se desarrolla de una determinada manera, puede haber tantas maneras de contarlo en cine como realizadores audiovisuales quieran llevarlo a cabo. En esta ocasión, el hecho trasladado a la pantalla grande es el revelador Juicio a las Juntas, abordado por Santiago Mitre en la exitosa película Argentina, 1985. Para la realización audiovisual, el cineasta no solo se valió de archivos y entrevistas personales -que le permitieron construir el guion junto a Mariano Llinás-, sino que también aportó su impronta al relato, que se potenció con la destacada labor de todas las áreas del filme.

Argentina, 1985 representa un gran pilar en la fructífera filmografía de Mitre, en la que se destacan películas como El estudiante (2011), Los posibles (2013), La patota (2015), La cordillera (2017) y Pequeña flor (2021). En el presente largometraje dramático e histórico, el relato sigue a los fiscales Julio César Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lazani) en el camino al juicio más importante de sus vidas, y de las de todos los argentinos.

El público puede conocer dicha historia en el Teatro Universidad (Florencio Varela 1.903, San Justo) ya que allí se proyecta desde este jueves y al menos hasta el lunes, con tres funciones: a las 15, a las 18 y a las 20.45. Las entradas pueden adquirirse a través de la página de Ticketek o en la boletería del teatro (lunes a viernes de 11 a 21 y sábados y domingos de 11 a 20).

-¿Cómo fue llevar a la ficción un hecho tan relevante para Argentina?

-Empezó hace cuatro años con Mariano Llinás que, para mí, es uno de los mejores escritores y directores del mundo, así que cuento con el enorme privilegio de tenerlo como amigo y colega. Arrancamos a trabajar en la idea de una película sobre el Juicio a las Juntas y se la dimos a leer al productor Axel Kuschevatzky, que fue uno de los primeros en estar involucrado. Nos dijo que no estaba buena y nos hizo 'tirar todo a la basura', nos miramos con Mariano, que somos muy soberbios, y dijimos '¡Tiene razón!'. Dejamos de escribir, se nos sumó Martin Rodríguez con su equipo, e hicimos una investigación muy larga, entrevistando a muchas de las personas que habían participado del juicio, o que conocían bien el tema, como integrantes de la fiscalía, políticos, testigos, miembros de organizaciones de derechos humanos; también leímos todo el material bibliográfico y periodístico de la época. Fue un trabajo tan enorme que podía ser apabullante, así que, cuando creíamos que ya sabíamos lo suficiente, con Llinás nos sentamos a escribir una película de ficción, intentando construir buenos personajes, buenas escenas, con una tensión narrativa que se mantuviera. El buen cine iba a hacer que todo eso que habíamos aprendido se transmitiera a la pantalla, también teníamos esa responsabilidad.

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-El juicio abarcó varios meses de audiencias, ¿qué consideraron para la selección de los testimonios que aparecen en la película?

-Descubrimos muchas cosas que nos emocionaban por su valor cívico, por la manera en que se concibió el juicio y por la dureza de lo que se contó allí, así que seleccionar los testimonios que íbamos a significar fue muy difícil. Elegimos el de Adriana Calvo de Laborde porque creo que tiene un poder enorme y por la contundencia con la que ella se plantó a hablar frente a los jueces, a su vez, fue el primer testimonio en el juicio de una sobreviviente de un centro clandestino de detención, la fiscalía la eligió a ella para arrancar. Fue durísimo, y creo que todas las crónicas de la época la remarcan como la declaración que abrió aguas. Luego había otras que nos parecían importantes por diferentes motivos, como la de Pablo Díaz por la lucha de los estudiantes secundarios, y la de Alejandra Naftal sobre la denuncia de las violaciones que sucedían en los centros clandestinos de detención. Por supuesto hay muchos testimonios que quedaron afuera, porque es una película de dos horas y nosotros teníamos que retratar en ese tiempo la dureza, la emotividad y la valentía con la que hablaron los testigos.

-¿Cómo fue el tratamiento estético, tanto en preproducción como en post, para llegar al clima de época?

-En principio, yo que nací en 1980 siento que esa década está muy cerca, pero cuando empecé a recorrer la ciudad y a confrontarla con el archivo que teníamos me di cuenta de que cambió muchísimo. La reconstrucción era muy difícil, de hecho, filmar esa década creo que debe ser tan difícil como filmar la de 1950. Los teléfonos, los aires acondicionados que están por todos lados, las luces en las calles… Hubo un trabajo enorme que se lo voy a agradecer a Micaela Saiegh y a su equipo de arte, al director de fotografía Javier Julia, y a todo el grupo de postproducción, a Leandro Pugliese y la gente de Wanka, porque uno a veces escribe cosas con un poco de impunidad, ¡en el papel todo es barato! Tuvimos un equipazo que se encargó de plasmar esos delirios de la hoja; los productores encausaron esos requerimientos en el presupuesto y la logística. En cuanto al tratamiento visual, queríamos que la película estuviese, por decirlo de alguna manera, dentro de 1985, que quien la viera sintiera que ese año es ahora y tenga las emociones que pudieron haberse provocado en ese momento. Desde la construcción de los personajes y los decorados siempre buscamos estar muy cerca de una zona sensible y humana, que no recargase de artificio lo que estábamos contando.

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-Más allá de la contundencia dramática, el filme tiene momentos de descompresión…  

-Hay una precaución que tuvimos desde un principio, guiados por consejos de los productores, en cuanto a cierta solemnidad que se podía desprender del tema, y a cierto reparo que podía traer una parte del público en relación a eso. Entonces, con Mariano nos dimos cuenta de que el humor que se podía introducir en la caracterización de Strassera, y en los primeros minutos de la película, era una forma de desarmar ese prejuicio y hacer que el espectador entrase más relajado a la dureza de lo que iba a venir, fue un ejercicio para derribar alguna guardia que podía existir. Después, Strassera era un personaje muy singular, y en la investigación aparecieron muchas anécdotas graciosas, que algunas están en el filme, por ejemplo, cuando él le hace un gesto al abogado defensor de la Fuerza Aérea, eso es verdad, o cuando la asistente Judith enfrenta al defensor diciéndole 'voz de facho', también es real. Había muchas cosas que tomamos para contrapesar un poco. Además, era la manera con la que creo que se manejó el equipo de la fiscalía durante 1985: el humor como pequeña barrera de protección frente al horror de lo que estaban investigando y de lo que se estaba oyendo en la sala de audiencia.

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El encuentro con Nora Cortiñas

La referente de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora asistió al estreno de Argentina, 1985 y tuvo la oportunidad de entablar una conversación con Mitre. “Él estaba muy emocionado y nos pudimos dar un abrazo muy emotivo”, destacó.

Asimismo, sobre el largometraje resaltó: “Tuve la oportunidad de presenciar el Juicio a las Juntas y, al ver el mismo acontecimiento en el filme, quedé impresionada por las recreaciones y los testimonios. Argentina, 1985 es un retazo de nuestra historia”.