Dicen que hace 39 años murió Borges

El 14 de junio de 1986 falleció en Ginebra, Suiza, el autor de “Ficciones”. Se había ido de Buenos Aires con la idea de no volver jamás. Sus restos descansan en el cementerio Plainpalais de esa ciudad, donde había pasado parte de su adolescencia junto a su familia. En la lápida se lee en inglés antiguo: “And ne forhtedon na” (“Y que no temieran”).

Por Daniel Artola

El 12 de mayo de 1986 sonó el teléfono en el departamento donde vivían Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en Recoleta. De otro lado era María Kodama, la esposa de Jorge Luis Borges vía Paraguay. La mujer le advirtió a Bioy que su amigo de toda la vida, al que no veía desde hacía bastante tiempo, no estaba bien. Borges tomó el teléfono y Bioy le dijo impactado por la emoción: “Quiero verte”. Borges le contestó que nunca más iba a volver y la llamada se cortó. Silvina, testigo del diálogo, arriesgó que se escuchaba llorar al autor de “Ficciones”.

Pasaron las semanas y llegó el 14 de junio infausto de la muerte. Esta vez no hubo una llamada telefónica a Bioy para anoticiarlo. Lo supo de la manera más pueril. Bioy caminaba por su barrio en busca de un kiosco de diarios para comprar un libro que quería regalarle a su hijo. Un desconocido se lo cruzó y le contó la novedad, condescendiente con Bioy, el amigo de siempre, de las cenas en su casa, de los libros en colaboración y las vacaciones en Mar del Plata. En ese instante, Bioy siguió su camino y supo que eran “sus primeros pasos en un mundo sin Borges”. Esta situación digna de un cuento la escribió el propio Bioy en su diario, que luego sería publicado en tomo monumental, ahora incunable, bajo el título de “Borges”.

Literatura y poesía

Hace 39 años partió don Jorge Luis, el autor que renovó la literatura argentina y se sentó en el parnaso de los grandes. Nada fue igual después de él y su luz se proyecta magnánima sobre las nuevas generaciones. Construyó una mitología de cuchilleros y guapos que andaban en una Buenas Aires de orillas y casitas perdidas en los confines del Maldonado, según las mentas de su madre, Leonor Acebedo.

Como buen alquimista, se animó al Martín Fierro y reinventó la historia del gaucho desterrado y se animó con Cervantes en “Pierre Menard, autor del Quijote”. La literatura como juego y, también, la poesía que se expresaba en el decir, en la cadencia de cada oración.

Ese juego de ubicar palabras en lugares impensados. “El íntimo cuchillo en la garganta” del pobre Francisco Laprida en su encuentro con la muerte en el “Poema Conjetural”. O hacer junto a Bioy una publicidad de varias páginas sobre las virtudes del yogurt y así ganarse uno pesos que nunca sobraban.

A poco de morir, le preguntaron al locutor de radio y televisión Antonio Carrizo qué iba a extrañar más de Borges y respondió: “Su memoria infinita”. Supo ejercer un humor fino y punzante, escandalizar a muchos por sus posturas políticas y, a la vez, ganarse el respeto con el paso del tiempo de aquellos que estaban en las antípodas políticas. El mote de escritor elitista y difícil ya huele a moho, es más una excusa para no leerlo.

Borges tuvo la particularidad de abrevar en escritores populares, quizá no bien vistos por la academia. Leía a Poe, a Chesterton, a Stevenson. Y supo editar junto a su amigo Ulises Petit de Murat el suplemento Multicolor del diario Crítica de Natalio Botana. Un diario masivo y popular por donde aparecieron traducciones de grandes escritores universales y también asomaron los anticipos de la gran obra borgeana. Botana le recomendó a Borges, hasta el momento gran ensayista, que escribiera de guapos y cuchilleros. Qué bueno que le hizo caso.